En efecto, no se trata ni más ni menos que de repensar nuestro propio “principio de esperanza” a través de la manera en que el Antes reencuentra al Ahora para formar un resplandor, un relampagueo, una constelación en la que se libera alguna forma para nuestro propio Futuro. ¿Acaso las luciérnagas, aunque vuelen a ras del suelo, aunque emitan una luz muy débil, aunque se desplacen lentamente, no dibujan, rigurosamente hablando, una constelación semejante? Afirmar esto a partir del minúsculo ejemplo de las luciérnagas equivale a afirmar que, en nuestra manera de imaginar yace fundamentalmente una condición para nuestra manera de hacer política. La imaginación es política, eso es lo que hay que asumir. Recíprocamente, la política no puede prescindir, en uno u otro momento, de la facultad de imaginar, como demostró Hannah Arendt partiendo de premisas muy generales tomadas de la filosofía de Kant. Y no nos asombremos de que la reflexión política de larga duración emprendida por Jacques Rancière haya tenido que concentrarse, en un momento crucial de su desarrollo, sobre cuestiones de imagen, imaginación y “reparto de lo sensible”. Si la imaginación –ese trabajo productor de imágenes para el pensamiento– nos ilumina por el modo en que el Antes reencuentra al Ahora para liberar constelaciones ricas de Futuro, entonces podemos comprender hasta qué punto es decisivo este encuentro de tiempos, esta colisión de un presente activo con su pasado reminiscente. Corresponde sin duda a Walter Benjamin el mérito de haber planteado así el problema del tiempo histórico en general.
Georges Didi-Huberman. Supervivencia de las luciérnagas
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